North-Pole-Surveillance-Spy-Camera

Sophie luchaba por mantenerse en pie mientras bajaba el árbol de Navidad por las estrechas escaleras del ático. Sus brazos dolían, y cada paso le recordaba lo diferente que sería esta temporada navideña.

Era su primera Navidad sin Frank. La casa, que antes se llenaba con su risa cálida y el aroma de su café con canela, ahora parecía demasiado silenciosa.

Cuando dejó el árbol en la sala de estar, Sophie se limpió la frente y soltó un pequeño suspiro. Matthew, su hijo de siete años, merecía una Navidad mágica, aunque ella no tuviera ganas de celebrarla.

El brillo de emoción en sus ojos cada diciembre siempre había sido contagioso. Frank habría querido que ella mantuviera esa chispa viva para él.

Los últimos meses habían sido difíciles para Sophie, especialmente con su suegra, Rachel, tratando de quitarle a Matthew.

Después de semanas de tensos argumentos, Sophie había conseguido que Rachel se echara atrás, pero el conflicto había dejado cicatrices.

Sophie abrió una caja polvorienta de decoraciones, dejando que sus manos recorrieran los adornos familiares. Su respiración se detuvo cuando levantó el “Elf on the Shelf”, cuya sonrisa traviesa la miraba fijamente.

Los recuerdos de Frank inundaron su mente: colocando al elfo con pequeños malvaviscos en la cocina o equilibrándolo precariamente en la estantería.

La risa de Matthew, creyendo que el elfo estaba tramando algo, resonaba en su mente. Una sonrisa agridulce se asomó en sus labios.

El zumbido de su teléfono la sorprendió. Miró la pantalla.

@Mamá:

¿Cómo están los dos?

@Sophie:

Es un poco difícil manejar todo por mi cuenta, pero en general estamos bien.

Justo cuando Sophie dejó el teléfono, sonó el timbre. Cuando abrió la puerta, su corazón se hundió. Allí estaba Rachel, con una maleta en la mano.

“¿Qué… qué haces aquí?” preguntó Sophie, con la voz tensa de sorpresa.

“Pensé que les haría compañía para Navidad,” dijo Rachel, entrando sin esperar invitación. “Parecía que podrías necesitar ayuda.”

Sophie cruzó los brazos. “No necesitamos compañía. Estamos bien por nuestra cuenta.”

Rachel dejó su maleta junto a la puerta y miró alrededor. “¿De verdad? Después de que Frank falleció, te has visto horrible. No puedo imaginar a Matthew pasando la Navidad en una casa tan triste.”

Sophie apretó los puños. “No tienes derecho a decir eso. Matthew y yo estamos bien. Estoy haciendo lo mejor que puedo.”

“Estoy segura de que lo estás haciendo,” dijo Rachel. “No estoy aquí para juzgar. Solo pensé que querrías un poco de apoyo.”

Rachel caminó hacia la sala de estar, admirando las decoraciones. “Está encantador aquí. Has hecho un buen trabajo. No estaba segura de que siquiera pusieras un árbol.”

“Lo hice por Matthew,” murmuró Sophie.

Los ojos de Rachel cayeron sobre el “Elf on the Shelf”. Lo levantó, examinando su rostro. “Este elfo es tan encantador. Siempre me ha gustado. Él observa todo, ¿verdad?”

Sophie sintió una punzada de incomodidad al escuchar las palabras de Rachel, pero las dejó de lado, obligándose a concentrarse en los preparativos navideños.

Cuando Matthew entró corriendo por la puerta después de la escuela, su rostro se iluminó al ver las decoraciones. Sophie sintió un breve respiro.

Pero no duró mucho. Rachel inmediatamente intervino, corrigiendo cómo Matthew colgó su abrigo y diciéndole cómo lavarse las manos correctamente.

“¿Tu mamá te deja hacerlo así? No es de extrañar que esté todo un desastre,” dijo Rachel con un suspiro.

Sophie apretó la mandíbula, conteniendo la respuesta que ardía en su pecho. Observó cómo Rachel seguía, ofreciendo consejos sobre todo, desde la tarea hasta las opciones de merienda.

Sophie mantuvo la paciencia, repitiéndose en silencio: “Solo unos días más.”

A la mañana siguiente, Sophie escuchó un golpe en la puerta y, medio adormecida, se levantó de la cama.

Bajó lentamente y abrió la puerta para ver a su madre, Liz, de pie con una pequeña bolsa.

“Mamá, ¿qué haces aquí?” preguntó Sophie, frotándose los ojos.

“Decidí venir a hacerte compañía,” dijo Liz, entrando.

Sophie suspiró. “No eres la única.”

Liz levantó una ceja. “¿Qué quieres decir?”

“Rachel llegó ayer,” explicó Sophie, con la voz plana.

Liz frunció el ceño. “¿Rachel? Bueno, es una suerte que haya venido. Vas a necesitar alguien de tu lado.”

Los siguientes dos días fueron insoportables para Sophie. Cada momento parecía una prueba para su paciencia.

Rachel flotaba a su alrededor, señalando fallos en su crianza. “Matthew necesita más estructura. Cuando Frank estaba vivo, las cosas eran diferentes,” dijo Rachel, con un tono afilado.

Mientras tanto, Liz se sentaba en una esquina, sacudiendo la cabeza. “Oh, hija, debe ser tan difícil hacerlo todo sola,” dijo con una voz llena de lástima que solo profundizaba la frustración de Sophie.

Sophie se sentía atrapada, las palabras de ellas girando en su mente como una tormenta interminable.

Una noche, desesperada por un momento de paz, comenzó a ordenar la sala de estar.

Sus ojos se posaron en el “Elf on the Shelf” que descansaba inocentemente en la repisa de la chimenea. Algo en sus ojos la atrapó.

Parecían inusuales, casi antinaturales. Lo levantó, dándole vueltas en las manos. Su estómago se retorció cuando vio una pequeña hendidura en su espalda.

Con los dedos temblorosos, Sophie la abrió y sacó una memoria flash. El corazón le latía con fuerza mientras corría a su habitación, cerró la puerta con llave y la conectó a su computadora.

La pantalla se llenó con clips: ella llorando, su casa desordenada, momentos con Matthew. Incluso Rachel y Liz aparecían en las grabaciones.

Una oleada de miedo y rabia la invadió. Solo había una persona que quería pruebas de que ella no era una buena madre.

Sophie irrumpió en la habitación de Rachel, sosteniendo la memoria flash con fuerza en su mano, su rostro rojo de ira. “¿Qué es esto?” exigió, levantando el dispositivo.

Rachel miró hacia arriba, donde estaba sentada en la cama, con expresión de sorpresa. “¿Una cámara oculta? Eso es horrible. Deberíamos llamar a la policía.”

La mirada de Sophie se endureció. “¡Deja de fingir! Sé que fuiste tú. Has estado intentando probar que soy una mala madre para poder llevarte a Matthew.”

Rachel se levantó, su propia voz elevándose. “¡Eso no es cierto! No he hecho nada de eso. Sí, he pensado en que Matthew viva conmigo. Pero lo decidí porque sé que le haría daño. Él debe estar aquí contigo.”

“¡No finjas ser inocente! No te creo,” soltó Sophie. “Quiero que te vayas de mi casa. ¡Ahora!”

Rachel cruzó los brazos. “No me voy a ir. Vine a ver a mi nieto. Si quieres que me vaya, adelante, llama a la policía.”

Sophie giró sobre sus talones, dando un portazo al salir. Su pecho palpitaba con frustración. Rachel seguía intentando controlar su vida, incluso después de todo lo que Sophie ya había perdido.

Se sentó al borde de la cama, su rostro enterrado en sus manos mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas.

El peso de todo—el juicio, la invasión de su privacidad, la presión constante—se sentía insoportable. No escuchó a Liz entrar hasta que su madre habló.

“Cariño, ¿qué pasa?” preguntó Liz, con voz suave.

Sophie miró hacia arriba, su rostro surcado de lágrimas. “Es Rachel,” dijo entre una respiración temblorosa. “Está tratando de engañarme.”

Liz frunció el ceño y se sentó a su lado. “Sabía que esa bruja no se podía confiar. Pero cuéntame qué pasó.”

“Encontré un…,” Sophie comenzó. Se detuvo, mirando la bolsa de Liz sobre la cama. Un papel se había caído, captando su atención.

Se inclinó y lo recogió. Su estómago se hundió al leer el recibo. Era por una cámara de vigilancia.

Sus manos temblaron mientras lo levantaba. “¿Qué es esto?” gritó.

Liz intentó tomar el recibo, su rostro pálido. “Cariño, déjame explicarlo.”

Sophie lo apartó bruscamente. “¿Entonces fuiste tú? ¿Pusiste una cámara en el elfo? ¿Por qué lo hiciste?”

Liz suspiró pesadamente, su voz defensiva. “Porque no estás manejando, Sophie. Aún estás de luto por Frank. No me visitas. Apenas veo a Matthew. Pensé que estaría mejor conmigo, pero necesitaba pruebas.”

“¿Mejor?” Sophie levantó la voz. “¿Alguna vez me preguntaste a mí? ¿Pensaste en cómo se siente Matthew? ¡Estamos bien! Estoy haciendo todo lo posible para darle una buena vida.”

Liz negó con la cabeza. “Solo quería ayudar. Cuando estés más fuerte, podemos hablar de que regrese contigo.”

Sophie la miró, atónita. “¿Ni siquiera te escuchas?”

Liz levantó las manos. “Me dijiste que estabas pasando un mal momento. Por eso vine. Por eso hice esto. ¡Necesitabas ayuda!”

Sophie endureció la voz. “¡Necesitaba apoyo de mi mamá, no que intentaras quitarme a mi hijo!”

“¡Es lo mejor!” Liz gritó, con tono firme.

Sophie se puso de pie, su mirada llameando. “Sal de mi casa.”

Liz se quedó congelada. “¿Qué?”

“¡Sal de mi casa!” Sophie gritó, señalando la puerta.

Liz empacó rápidamente, sus movimientos rígidos. No miró atrás mientras se marchaba. Sophie la observó subirse al taxi, con el pecho apretado.

“¿Dónde va la abuela Liz?” preguntó Matthew, entrando en la habitación.

“Tuvo que irse,” dijo Sophie suavemente.

Matthew la abrazó. “Bien. Ella quería que me fuera con ella, pero yo quiero vivir contigo.”

Sophie lo abrazó fuertemente, las lágrimas volviendo a asomarse. “Nadie te va a quitar, niño. Te lo prometo.”

Con el rabillo del ojo, vio a Rachel entrar en la cocina. Sus miradas se cruzaron. Sophie le hizo un gesto de disculpa. Rachel le dio un pequeño asentimiento, su expresión inexpresiva.

Sophie abrazó a Matthew con fuerza, su determinación fortaleciéndose. Esta era su vida, y la protegería a toda costa.

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